El Congo: La guerra eterna
Nueva escalada de hostilidades entre el ejército congolés y el grupo rebelde M23. ¿Quiénes son, qué quieren y quién los financian? Hoy MateMundi histórico.
Saludar. Aquí Biole Weber. ¿Cómo estás? Como quizás notaste, hoy es jueves en lugar de miércoles. Y así será de ahora en más: Después de dos años de miércoles, MateMundi saldrá los jueves pares de cada mes -semana por medio-.
Hoy vamos a hablar de un país cuya crisis no tiene fecha. No importa cuando leas esto, la población de la República Democrática del Congo probablemente atraviesa condiciones de vida hostiles marcadas por la falta de acceso a bienes básicos como comida, techo y agua mientras que el gobierno se caga a palos con grupos rebeldes. ¿Cómo puede ser?
Este newsletter se divide en cuatro partes: primero vamos a hablar de la situación en Congo al día de hoy. El recrudecimiento de la crisis el pasado febrero vino de la mano de la escalada en la violencia por parte del grupo M23, de rebeldes Tutsis, en la provincia Kivu del Norte. Esta provincia llena de recursos naturales estratégicos fue el epicentro de combates desde los años 90s, ya que comparte fronteras con Uganda y Ruanda: un contexto que abordamos en la segunda parte de este news, con un breve repaso histórico. En la tercer parte hablamos de los minerales del Congo, que son muchísimos y de cómo atraviesan las luchas por el poder y la vida de los congoleses. Por último, planteo algunas preguntas respecto a los objetivos de los actores y la cobertura mediática del conflicto, que no siempre ayuda a entender cuáles son los factores que están en juego.
Antes de empezar, les cuento que acá en la Universidad de Bath, curso una materia que se llama Guerra y Conflicto en África, que busca desarmar la nebulosa de confusión que aparece cuando intentamos abordar el Estado de situación de África como región y de sus países en particular. Por eso esperé hasta esta semana para escribir este newsletter, con el objetivo de hacerlo luego de la clase sobre las guerras del Congo, a cargo de la profesora Dr. Andrea Purdeková. En su clase, conseguí una visión más panorámica sobre el conflicto que intentaré transmitirles a través de este artículo. Cuéntenme en los comentarios si lo logro.
1. Estado de situación
El pasado febrero la población de Sake, en la provincia Kivu del Norte de la República Democrática del Congo (RDC), sufrió una escalada en la violencia cotidiana. La escalada fue protagonizada por el grupo 23M (23 de Marzo): un grupo de rebeldes Tutsis que reactivó los combates con el ejército de RDC y sus colaboradores.
Según la agencia de la ONU para los refugiados, ACNUR, este conflicto generó alrededor de 7 millones de desplazados y medio millón de refugiados. Solo durante la escalada de febrero, se registraron 150.000 desplazados y 15 muertos. La crisis alimentaria y la falta de acceso al agua dulce y a la infraestructura necesaria para la construcción de viviendas, hacen que las condiciones de vida de estas personas sea muy hostil incluso en los campos de refugiados. Y eso sin contar la exposición a la violencia cotidiana de quienes se quedaron en sus hogares luego de la reactivación de los combates.
Desde la comunidad internacional, organizaciones de derechos humanos intentan orquestar la movilización de recursos. Aunque la ayuda humanitaria es insuficiente para proveer un modo de vida digno para las victimas civiles, es necesario para la supervivencia en el día a día de miles de familias. De todas formas, el financiamiento solicitado no siempre se consigue.
Para entender la dimensión de este conflicto tenemos que pensar en que los rebeldes del M23 están organizados y tienen un “ejército moderno con armamento pesado y equipamiento más avanzado que el de MONUSCO”, en palabras del director general de la ONU, Antonio Guterres, en relación a la misión de paz enviada a este país (polémica per se). Es decir, es necesario abandonar el imaginario de los rebeldes como un grupo armado barbárico, anárquico y desorganizado. Los rebeldes cuentan con una estructura interna compleja y objetivos a corto o mediano plazo. Pero ¿Podemos acceder a esos objetivos?
En 2013 se firmó el Acuerdo de Nairobi que implicaba la amnistía para los miembros del M23 así como su repatriación a cambio del cese de la violencia. Pero en 2021 el grupo rebelde reapareció bajo la denuncia de que el gobierno de RDC incumplió el acuerdo.
Varios actores internacionales intentaron e intentan impulsar mediaciones diplomáticas entre el gobierno congolés, los líderes del M23 y el gobierno de Ruanda. Pero el gobierno de RDC se niega a ceder en todos los sentidos ya que considera que lo del M23 es una agresión extranjera en su territorio, encarnada por terroristas. En este marco, no hay lugar para la negociación. Sin embargo, tampoco parece tener una estrategia a largo plazo sobre cómo lidiar con este conflicto, en el cual su ejército es un actor militar significativo.
En este marco, países vecinos se involucran para mostrar su solidaridad con el gobierno congolés: Angola, Kenia y Burundi mandaron tropas, mientras que Uganda y Sudán del Sur se preparan para hacerlo. Los esfuerzos regionales son articulados por la Comunidad de África del Este, que observa la incapacidad del gobierno congolés de contener la ofensiva. Es por eso que el gobierno nacional también se apoya sobre grupos armados de mayoría Hutu, como los Mai Mai o Las Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda (FDLR).
Este último punto da cuenta de la complejidad sobre el análisis de los grupos armados rebeldes en estos territorios, donde la legitimidad del gobierno nacional es variable mientras otros tipos de gobernanza emergen entre las comunidades locales. Las articulaciones entre ellos y el Estado nacional, son heterogéneas y exceden la lógica del Estado-nación a la que estamos acostumbrados desde Occidente. Y además, los grupos rebeldes son bien distintos entre sí.
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2. Todo empezó aquel 1994
Como venimos charlando, este conflicto no es nuevo. Y para entenderlo tenemos que remontarnos al genocidio de Ruanda -que amerita un newsletter entero- un episodio muy duro de la historia de este país que decantó en el triunfo del Frente Patriótico Ruandés (RPF), de mayoría Tutsi. La victoria del RPF desplazó al anterior gobierno de mayoría Hutu, responsable del genocidio que asesinó al 70% de los ruandeses tutsis. Luego de aquellos sangrientos años, alrededor de dos millones de ruandeses Hutus huyeron del país. Un millón doscientos mil de esos refugiados cruzaron la frontera hacia el Congo, incluidos líderes políticos y militares.
Estos grupos comenzaron a organizarse en territorio congolés, en los campos de refugiados, por lo que el gobierno Tutsi de Ruanda consideraba que continuaban siendo una amenaza para su nación y para su etnia. Es por ello que Ruanda y Uganda comenzaron a financiar la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDL), un grupo de congoleses tutsis que vivían en el este del país, cerca de la frontera. Su objetivo militar era “devolver” a los Hutus a Ruanda y para ello los persiguieron y hasta atacaron campos de refugiados.
Se estima que la Alianza de Fuerzas Democráticas mató alrededor de 200.000 Hutus a partir de este objetivo militar, impulsado por los gobiernos de Ruanda y Uganda. Pero además, consiguieron capturar, paso a paso, el territorio del Congo desde el Este y su líder, Laurent Kabila, se convirtió en el presidente de la República Democrática del Congo en mayo de 1997.
Incluso después de este avance político-militar exitoso, las operaciones de la Alianza no cesaron bajo la premisa de que aún buscaban a líderes políticos y militares Hutus escondidos. Cabe la pregunta por si este objetivo era realizable o si en cambio era un pretexto para mantener las hostilidades.
Con el tiempo, quedó en evidencia que la AFDL tenía grandes capacidades militares pero muy pobres capacidades de gobernabilidad. A esta altura, Kabila comienza a intentar desprenderse del gobierno de Ruanda, lo que le costó una amargura creciente de este país en tanto ellos consideraban que el objetivo no estaba cumplido, como veíamos recién. El fantasma de la amenaza a la seguridad en un enemigo inencontrable: ¿Cuántos muertos se puede llevar?
Mientras estas tensiones crecían, la sociedad congolesa exigía al gobierno de Kabila que mejore las condiciones de vida de la población, que estaba lejos de acceder a una vida digna. Un caldo de cultivo para la reactivación de combates entre milicias desplegadas por el territorio, y un gobierno nacional descentralizado pero sediento de combate.
Pero esta vez no fueron solo Congo, Uganda y Ruanda. Sino también otras cinco naciones de la región. En el territorio participaron unos 25 grupos armados. Algunos de ellos incluso financiados por Kabila. En este contexto, crece la importancia de una agenda económica para el Congo, además de la agenda militar. Y claro que todas estas naciones y grupos armados no eran indiferentes al tema: El Congo será pobre en infraestructura y bienes pero es (muy) rico en minerales. Enseguida volvemos al tema.
En 2002 hubo un cese al fuego oficial, que generalmente es tomado como el punto de inflexión que da fin a las guerras del Congo. El Acuerdo de Pretoria, firmado en Sudáfrica, implicaba la retirada de 200.000 soldados ruandeses del territorio congolés a cambio de la promesa de DRC de devolver a líderes genocidas Hutus. También suponía en lo político, una transición de gobierno para la inclusión de nuevos actores en el poder nacional como por ejemplo líderes de algunas milicias. Como Kabila fue asesinado en 2001 en combate, quien encarnó la transición de poder fue su hijo.
Sin embargo, las promesas del cese al fuego fueron incumplidas y las hostilidades continuaron de manera irregular hasta hoy. Algunos de los nuevos actores incluidos en el poder se retiraron del mismo por estar en desacuerdo con su accionar y volvieron a su rol como rebeldes, mientras que Ruanda mantuvo su financiamiento de grupos insurgentes por el miedo (o la sed de venganza) a los líderes hutus sueltos: una victimización nacionalista articulada a través de la amenaza de seguridad. Esta narrativa se alimenta del creciente sentimiento de odio anti ruandés y anti ruandeses del Congo. En este marco se acusa a Ruanda de financiar al M23, con fundamentos reconocidos internacionalmente, aún aunque el gobierno de ese país niegue los lazos cuando las papas queman.
Este escenario dibuja el mapa en el que continúa un conflicto, quizás en sus comienzos articulado por la etnia, la historia y la tierra, que cada vez se gira más hacia el mercado y los recursos naturales. Y vamos a ello.
3. Los minerales del futuro
Actualmente en la República Democrática del Congo están dos tercios del coltán y la mitad del cobalto descubiertos hasta ahora en el mundo. Hablamos de minerales fundamentales para las baterías de litio y por ende para la transición energética del mundo moderno que debe abandonar el petróleo y el gas bajo el imperativo de la crisis climática.
En la región de Kivu Norte, donde se desarrolla actualmente el conflicto entre el ejército y los rebeldes del M23 hay “hay oro, coltán, uranio, diamantes y minerales raros como la turmalina o el wolframio, utilizados para la industria cosmética y para circuitos eléctricos”, reporta Juanita Herrera en África Mundi.
Estos minerales son explotados en más de 2700 minas artesanales disputadas por el grupos rebeldes. Minas que implican condiciones sumamente precarias para los trabajadores, que se exponen a una reducción de su expectativa y calidad de vida. Me resulta muy difícil leer sobre esto y no pensar en las minas de plata en Bolivia. Otro territorio que sangró -y sangra- para proveer materia prima para la modernización del Norte Global. Si tienen la oportunidad de visitarlas, en Potosí, no se pierdan esa experiencia que te pone la realidad en la cara.
Mientras tanto, Europa y Estados Unidos celebran con champagne los avances en la sostenibilidad con la ampliación de los autos eléctricos a gran escala. Pero ¿Qué costo tiene para el Sur Global esa “modernización”? ¿Cuáles son las implicancias de la suba del precio de estos minerales? ¿Conlleva el desarrollo de los países que los poseen, como la República Democrática del Congo? ¿Allí también se avanza en la transición energética? ¿Es el modelo de sostenibilidad del Norte Global, efectivamente sostenible en escala planetaria? ¿O es más bien una adaptación de su modo de vida a una faceta más verde, superficialmente, que continúa externalizando sus costos de sangre, sudor y pasivos ambientales en países lejanos?
4. Más preguntas
Como siempre, empezar a entender algunos factores que articulan estos conflictos trae más preguntas que respuestas. Ante la inevitable pregunta de entonces ¿Qué hacemos? Retomo las palabras de Joséphine Malimukono, dirigenta de la organización Liga para la Solidaridad Congoleña, en diálogo con El País:
“La comunidad internacional tiene un papel fundamental, puede dar apoyo financiero y logístico, pero también fortalecer las capacidades de los actores locales e impulsar una resolución pacífica del conflicto”
Ante la tendencia a buscar grandilocuentes soluciones ultra articuladas y transnacionales, pareciera que una clave para lidiar con la multi crisis que atraviesa el mundo hoy, se puede pensar más claramente a niveles más chicos. Joséphine destaca el rol de los actores locales, algo que hacemos con frecuencia al hablar de la crisis climática. Pensar más micro, no más macro. Más autonomía de circuitos locales, que provean soluciones propias a los conflictos que atraviesan. Básicamente dejar que se ocupen los que habitan el territorio y lo conocen.
Al investigar para este newsletter, me encuentro con la cobertura de medios mainstream que explican la emergencia humanitaria -algo que por supuesto considero necesario-. Pero no se adentran en los actores o problemáticas que reproducen el conflicto a través del tiempo. Nadie quiere embarrarse los tobillos.
La nebulosa que atraviesa a los medios hegemónicos para ver las caracterizaciones de los grupos rebeldes dificultan la comprensión de la situación y reproducen un imaginario barbárico, anárquico y desordenado que produce subjetividades sobre el territorio. Pero sobre todo, que no responde a la realidad de los grupos insurgentes, que están lejos de ser anárquicos y desestructurados, como intentamos ver en este newsletter.
Estos días la situación en Haití fue protagonista de las noticias en medios de comunicación. Y en un intento de comprender lo que pasa allí, quise buscar los objetivos o justificaciones de las bandas criminales que hoy tienen el monopolio de la violencia en Haití. Y no tuve suerte. La cobertura mainstream se dedica a explicar las atrocidades humanitarias y el drama político institucional solo de los actores oficiales. Sin embargo, cuando no nos adentramos en las narrativas rebeldes, cuesta mucho más entender los entramados que articulan el conflicto y pensar más allá del alarmismo clickbitero que se impone en la era de la sobreinformación.
Volviendo al Congo, y para cerrar, la situación en este país responde a múltiples lógicas internas y regionales atravesadas por la violencia y las carencias de la vida cotidiana. Y claro, también a los resabios de la colonización. No debemos olvidar que la RDC formó parte del proceso de descolonización de la ONU, por lo que no atravesó la instancia de formación del Estado-nación moderno en la que pensamos cuando revisamos la historia occidental. Esta particularidad implica que no necesariamente estaban dados los elementos de estatalidad que conocemos. Me refiero -en términos de Max Weber y Benedict Anderson- a la toma del control de un gobierno institucionalizado que ejerce el poder de manera legítima en un territorio cuya población tiene una noción de comunidad imaginada.
En cambio, existe una amplia diversidad en la población, el uso de la fuerza y las autoridades de diferentes tipos que gobiernan en el territorio. Lo importante es que no nos olvidemos de que para comprenderlas, debemos observar sus especificidades y no encasillarlas de manera simplista como el mainstream clickbitero nos invita a hacer insistentemente: No podemos quedarnos solo con la visión del destrozo y la desolación, porque allí también pasan otras cosas. África nunca está muerta, África siempre está muriendo.
¿Qué más pasó?
Escalada de violencia y crisis política en Haití.
Javier Milei dio luz verde para la instalación de militares estadounidenses en la Hidrovía Paraná-Paraguay. Saluden a la soberanía que se va.
Un nuevo candidato a alcalde de Morena es asesinado en Guerrero, México. Se suma a más de un centenar de casos.
Hace unos días Moscú tiró un misil que impactó a 150 metros del presidente ucraniano Volodímir Zelenski y el primer ministro griego Kiriakos Mitsotakis, que estaba de visita.
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Biole.
Gracias por el artículo. Me pareció interesante la reflexión final acerca de lo impenetrable que es la situación en Haití. En general hay desinformación, pero con relación a lo que está pasando en Haití parece imposible hasta la operación habitual de suponer que lo verdadero deber ser lo contrario de lo que dicen los medios. Yo me negaba a pensar que Cherizier podía estar involucrado con algún tipo de proceso emancipatorio, así como me cuesta pensar los carteles del narcotráfico en esos términos. Pero bueno, con relación a los segundos, me enteré el otro día de una "cosa buena" que ha venido de la mano del control por carteles del narcotráfico de algunas zonas de México: la población de abejas nativas se ha recuperado. Es un detalle, pero lo apunto como símbolo de la complejidad de asumir un juicio maniqueo con respecto a las pandillas, los carteles, etc. Con relación a Jimmy “Barbecue” Cherizier, leí en la columna del editor de Africa is a country, Will Shoki, esta semana, la siguiente cita del "bandolero": "Either Haiti becomes a paradise or a hell for all of us. It’s out of the question for a small group of rich people living in big hotels to decide the fate of people living in working-class neighborhoods.” (O Haiti se convierte en un paraíso para todos, o en un infierno para todos nosotros. Está fuera de discusión que un pequeño grupo de ricos que viven en grandes hoteles decida el destino de las personas que viven en barrios de clase trabajadora.)
Saludos